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Reportaje:24 HORAS... SANTANDER

La cara B de una ciudad decorosa

La capital cántabra esconde tiendas y galerías donde encontrar diseñadores jóvenes o rarezas de la música indie. De noche, la ruta del picoteo se solapa con la de los bares más enérgicos

Sus subidas y bajadas, sus calles empinadas son una metáfora del esfuerzo que conlleva desnudar Santander. A la capital cántabra se la viste con trajes finos, pijísimos. Sin embargo, detrás de ese aire de ciudad neblinosa e impenetrable, se esconden sabores de la tierra muy auténticos y tiendas y bares modernos. Es la hora de trazar un recorrido dinámico donde lo alternativo se funda con lo añejo.

9.30 Un mareo literario

Arrancamos en un punto polémico: la plaza del Ayuntamiento (1), donde desde 1964 hasta mediados de diciembre pasado se alzaba la estatua ecuestre de Francisco Franco. La estampa ha cambiado y durante cinco meses la zona estará vallada y en obras. Antes de zambullirse en el tejido indie, nos atrapan los rincones literarios de la ciudad, donde se respiran el siglo XIX y las primeras décadas del XX.

Justo detrás del Ayuntamiento está la casa-museo de Marcelino Menéndez Pelayo (2) (Gravina, 4. De lunes a viernes, de 10.30. a 13.00 y de 17.30 a 20.00. Sábados, sólo por la mañana. Entrada gratuita) junto a la biblioteca Menéndez Pelayo y al Jardín de los Poetas y el Museo de Bellas Artes (Rubio, 6. 942 20 31 20. Abre de lunes a viernes, de 10.15 a 13.00 y de 17.30 a 21.00. Sábados, de 10.00 a 13.00).

A tiro de piedra queda la avenida de Calvo Sotelo, que desemboca en los jardines de José María Pereda (3) con sus estatuas de ilustres como Concha Espina o Víctor de la Serna. Para desembotar la cabeza, lo mejor es descubrir el café con leche y los zumos del café La tertulia (4) (Santa Lucía, 17), un secreto (escondido detrás del Paseo Pereda) entre los entendidos del jazz: su dueño, Luis Salas, es el bajista del grupo Palo en Palo. El local es a menudo escenario improvisado de conciertos.

11.00 En el armario de Amélie

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Tras probar unos sobaos pasiegos o una quesada en la confitería Máximo Gómez (5) (Paseo Pereda, 7. 942 21 18 71), arranca una mañana de compras. Santander es célebre por la fiebre surf, un deporte que llena las tiendas de tablas y trajes de neopreno. Pero no todo son bañadores y camisetas de Rip Curl.

Empezamos en Punto y Raya (Marcelino Sanz de Sautuola, 13): bolsos y relojes de Kling, vestidos de corte pichi de Bombón, o el colorido de las camisetas de Paco Chicano. Más chic es la vecina Pepita Pulgarcita (6) (Medio, 11), un mundo de broches de The Beatles, pitilleras y muñecas hechas a mano que recuerdan el mundo de Amélie. Glamour aliñado con cierto desparpajo español: plumieres con fotos de Lola Flores o de Julieta Serrano y graciosas sevillanas y toreros en chapas. El espacio Colar...te Gallery (7) (Macías Picabea, 2), a pocos metros, bien merece una visita. Arte independiente, con tienda.

12.30 Una cañita en el Indiano

Antes de cruzar a la zona comercial entre la calle San Fernando y la avenida de Camilo Alonso Vega pecamos con una cañita en la Casa del Indiano (8) (Mercado del Este, 4). Un lugar encantador que recuerda a los montañeses que emigraron a Suramérica en los siglos XIX y XX. De ahí a Boikot - I (Florida, 19; entresuelo A. 942 23 39 92) meca de la música indie que lleva más de 13 años vendiendo compactos, ropa de skate o vinilos (hardcore, soul, punk...). Su dueño, David Ruiz, es responsable del sello Oídos Sordos, un superviviente de los noventa. A diez minutos queda la librería La Libre (Cisneros, 17. 942 03 50 27), que mezcla publicaciones de segunda mano, ensayos de actualidad y literatura infantil.

14.30 Gulas frente al Sardinero

Nada como despertar la gusa frente a la playa del Sardinero. El Balneario de la Concha (10) (Reina Victoria, 46. 942 29 09 19) es una delicia sobre el mar, brinda una panorámica que abre el apetito y ofrece buenos pescados, carnes o tostas en un edificio con pilares sobre la arena. Por la noche, muta en la discoteca BNS. Las campanadas de las 15.30 pillan al viajero en la plaza de las Atarazanas, frente a la catedral. Visitar la catedral tiene truco.

Es necesario pisar antes la oscura y recogida iglesia del Santísimo Cristo (del siglo XIII y conocida como Cripta del Cristo), que ocupa la parte inferior de la catedral. Unas escaleras, detrás de una puerta, guiarán los pasos del curioso hasta la edificación, que se levantó en el siglo XIX sobre la cripta. El incendio de 1941 obligó a su reconstrucción. Terminada la visita, compensa encaminarse hacia la calle de Alfonso XIII (11), donde se alzan los señorones edificios del Banco de España, del Banco de Santander y de Correos. En la Edad Media aquí se levantaba el castillo de la ciudad.

17.00 Frente a la bahía

Desfilando por el paseo Marítimo, se alcanza en un pispás la avenida de Reina Victoria. La estatua del poeta Gerardo Diego invita a descansar en un banco y a observar su bahía. Y en este mismo punto, en la llamada curva de la Magdalena (12), una extraña escultura de perspectivas alocadas sugiere un encuentro con el mar.

Es la figura en acero cortén dedicada al poeta José Hierro, de la artista santanderina Gema Soldevilla (suyo es también el homenaje a los bolos, en el parque Mesones del Sardinero). Siete paneles de dos metros de alto, dispuestos paralelamente, sobre los que está recortada la figura del poeta. Aún queda tiempo para acercarse a Villa Iris (13), de la Fundación Marcelino Botín, (paseo de Pérez Galdós, 47. www.fundacionmbotin.org. Abierta de 12.00 a 14.00 y de 18:30 a 21:30. Entrada gratuita), que propone, hasta el 31 de mayo, una curiosa interpretación de los fondos del centro.

Bajo el título Lecturas transversales: Colección de la Fundación Marcelino Botín, el crítico Kevin Power ha seleccionado 14 artistas: vídeos e instalaciones que reflexionan sobre la inmigración o la guerra. La cita con la puesta de sol está en Mataleñas, la calita más desenfadada de Santander, que se encuentra en la base del faro. Para llegar se deben bajar un sinfín de escalones.

21.00 De postre: juerga

Los alrededores de la plaza del Cañadío (14) tientan el paladar. Además, allí se arremolina la mayoría de bares que acogen la marcha santanderina. La tradición manda: pincho y vino en cada taberna. La ruta arranca en el Rampalay (Daoíz y Velarde, 9), que ha hecho de sus montaditos de solomillo un orgullo. En el 15 de la misma calle está La Despensa, con sus tortillas y pinchos calientes de gulas o foie. Veinte años acumula La Pirula (15) (Peña Herbosa, 21), imprescindible por sus setas a la plancha.

La juerga arranca en el Soto Bar (16) (Marqués de Santillana), donde conservan el primer vinilo de la mítica banda cántabra Los DelTonos; sigue en La Fundición (El Sol, s/n), bar minúsculo pero contundente, recala en el furor brit pop de El Metropole (Sol, 10) y se alarga en El Callejón del Swing (Carlos Salomón, 2). Cerca quedan las sesiones disparatadas (de Extemoduro a Johnny Cash) de La Botica (17) (Río de la Pila).

9.00 Gaviotas para la resaca

Pese al cansancio, vale la pena acercarse al parque de Las Llamas (18). Abierto en 2007, este pulmón verde, proyecto de Joan Roig y Enric Batlle, mezcla vanguardia y naturaleza: hierba, agua y granito reinterpretan fauna y flora de los continentes en torno al océano Atlántico. Un estanque con sapos y tritones, ánades y gaviotas, espadañas y lirios y una kilométrica pasarela llamada Titanic. Un paseo que calma la resaca.

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De izquierda a derecha: parque de Las Llamas, cerca del Sardinero; dos jóvenes de excursión en Mataleñas, con el faro al fondo; vinilo de Los Deltonos en el Soto Bar, donde grabaron su videoclip.
De izquierda a derecha: parque de Las Llamas, cerca del Sardinero; dos jóvenes de excursión en Mataleñas, con el faro al fondo; vinilo de Los Deltonos en el Soto Bar, donde grabaron su videoclip.JOAQUÍN GÓMEZ SASTRE / MARÍA OVELAR
Una de la ciudades más bellas del Cantábrico, presumida y refinada, la capital cántabra ofrece un pasado aristocrático y bellos parajes naturales.Vídeo: CANAL VIAJAR

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