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Reportaje:FUERA DE RUTA

Aventuras y sonidos de la selva

Tres días en una reserva amazónica del río Madre de Dios, al sureste de Perú

Ha visto alguna vez cómo brillan los ojos de los caimanes cuando quedan deslumbrados por la luz de una linterna? En medio de la noche amazónica, cuajada de estrellas, parecen dos más que se hubieran quedado pegadas a la orilla del río, del mismo color terroso que la piel de los animales. Grandes y quietos, los caimanes del Madre de Dios sólo se inmutan cuando la canoa se aproxima demasiado a la ribera. Entonces, majestuosamente, mueven su largo cuerpo y se zambullen en el agua.

Ver caimanes de noche es uno de los atractivos que ofrecen los albergues turísticos del río Madre de Dios y su afluente Tambopata. Ambos confluyen en Puerto Maldonado, una destartalada ciudad peruana fundada en el siglo XIX que creció al albur de la industria del caucho y la madera, y que, aprovechando su ubicación, rodeada de selva, va camino de convertirse en centro turístico de naturaleza y ecología.

A Puerto Maldonado, cerca ya de la frontera con Bolivia, se llega en avión, en un vuelo de sólo 45 minutos si el origen es Cuzco, y de dos horas si se viene de Lima. Ya la vista desde la ventanilla anuncia lo que será el viaje: una inmersión en el silencio y la naturaleza. Se agradece dejar la turbia capital de Perú -grande, marrón y pobre- y sobrevolar la nevada cordillera andina, a cuyo pie aparece, de repente, la inmensidad de la verde selva. De cuando en cuando, un río serpenteante. Y nada más.

Pese a que noviembre forma parte todavía de la estación seca, la temperatura media a lo largo del año es de 27 grados, de manera que ya en el aeropuerto, a siete kilómetros de la ciudad, se siente el calor y la humedad. Por eso resulta gratificante que la primera parte del traslado al albergue se haga en una furgoneta de bancos corridos, cubierta sólo en su techo por una lona y abierta por los costados. No sólo deja entrar el aire a chorros, sino que además deja ver una cuadrícula de caminos a la que asoman talleres, librerías, iglesias... y tiendas de abarrotes donde abastecerse de bebidas frías con las que acompañar las buenísimas castañas garrapiñadas que las mujeres venden al final del trayecto, cuando se llega al puerto, coronado por un agradable mirador de madera en el que protegerse del sol, untarse con la imprescindible loción antimosquitos y empezar a admirar la belleza del río.

Apenas hay turistas en Puerto Maldonado a mediados de noviembre. Y eso lo hace más atractivo, porque son muy pocos los botes que navegan el Madre de Dios hasta los albergues, lo que da una placentera sensación de exclusividad, muy poco habitual en los destinos que explotan los operadores turísticos. Y Puerto Maldonado está ya entre ellos. Río abajo, los 45 minutos de navegación que se tarda en llegar al alojamiento son uno de los mejores momentos del viaje. Sólo se siente el balanceo de la canoa a motor, sólo se huele el aire y sólo se oye el silencio, roto a intervalos regulares por el sonido del motor, un peque-peque que da nombre a la embarcación.

Farolas de queroseno

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La llegada a Reserva Amazónica, uno de los albergues más accesibles y tranquilos del río, incrustado en una reserva ecológica de 10.000 hectáreas de la que la empresa propietaria, Inkaterra, sólo explota 200 para el turismo y deja el resto para proyectos de investigación, es un adelanto de lo que allí, durante dos o tres días, se va a vivir: la ilusión de dejar atrás el asfalto, lo más duro de la civilización, y de sentirse un poco aventurero. Todo contribuye a ello: la arquitectura de las cabañas, construidas con la local madera de manchinga y en cuyos porches cuelgan dos hamacas; los senderos entre ellas, para caminarlos de tocón en tocón; los tupidos mosquiteros que cubren las camas... y, por encima de todo, la falta de luz eléctrica. Los tres faroles de queroseno que la organización deja en cada cabaña dan a la noche un tono especial. Y el ruido de la selva, una magia particular.

En la cabaña de recepción, una colección de reptiles, anfibios e insectos enfrascados da cuenta, junto a los mapas de situación, de la fauna que el viajero va a encontrar en el lugar. Poca, a excepción de los primates que habitan la cercana isla Rocín -una de las excursiones más típicas y exitosas de la zona-, los tucanes que sobrevuelan las instalaciones y los extraños capibaras o carpinchos, unos grandes roedores anfibios de más de un metro de largo que se alimentan de peces y comparten orillas con los caimanes.

Cosa distinta es la vegetación. Según los guías, en la reserva crecen más de 300 clases distintas de árboles y plantas, entre ellas más de 180 medicinales, muchas de las cuales se enseñan en el jardín botánico, un paseo por trochas cubiertas de cáscaras de castañas y ensombrecido por las copas de árboles que, abrazados por lianas, alcanzan más de 45 metros de alto. Raúl, el guía biólogo, enseña el zapote, la coca, la yuca, el café, el tangarana relleno de hormigas, los ficus gigantes... sólo una parte de lo que se puede ver en otra excursión cercana, al otro lado del río, en la reserva nacional Tambopata. Una caminata de tres kilómetros, cómoda si no hay barro y por un ancho sendero, permite seguir disfrutando de la vegetación y llegar a un pequeño canal que desemboca en el lago Sandoval. Navegarlo a golpe de remo es una delicia, incluso aunque no se pueda divisar su principal atracción, la nutria gigante. A cambio, las tortugas exhibirán sus conchas sobre los troncos y los loros cruzarán un cielo tan limpio que, si la mañana está avanzada, dará hasta dolor. Además, su segundo atractivo, la orilla repleta de esbeltas palmeras aguaje, no fallará. Altas y tiesas, son, junto al sonido de la selva, uno de los mejores recuerdos con los que regresar al albergue y disfrutar en su amplia cabaña central de los zumos naturales de frutas como las granadillas y la papaya. O, si la hora lo permite, un buen pisco sour que prepare el estómago para degustar la paca, pollo condimentado con tomate, pimiento y un toque picante, cocinado en la barbacoa dentro de una caña de bambú y servido con arroz. El último toque a una jornada que termina arropada por la luz del quinqué y el sonido de la naturaleza, mientras el Madre de Dios duerme y los caimanes se confunden con sus orillas.

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir

- Iberia (902 400 500) vuela directo a Lima; desde Madrid, a partir de 633, más tasas, en: www.iberia.com.

- Aero Continente (00 51 12 42 42 42 y (www.aerocontinente.net), a Puerto Maldonado (capital de la región de Madre de Dios), desde Lima por 116 y desde Cuzco por 68, ida y vuelta.

Visita e información

- Reserva Amazónica Inkaterra (00 51 16 10 04 04 y www.inkaterra.com). Ofrece paquetes con estancias de entre una y cuatro noches, con excursiones, comidas y traslados, entre 94 y 430 euros por persona, según la habitación.

- www.peru.org.pe.

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